abril 16, 2007

A la hora de la cena

Tragábase los pasos al caminar. Se le escapaban las baldozas debajo de sus pies. Caminaba más rápido. Cada vez más se aceleraba el paisaje. Todo pasaba a su lado. Borroso.
Las mejillas se humedecían de sudor mientras se cambiaban a un color rosado. El viento le ayudaba a soltar lágrimas de sus ojos y la lengua daba vueltas en la boca para no secarse.
Las piernas se flexionaban, volvían a estirarse y a flexionarse y a estirarse y a flexionarse y a.








¿A dónde iba tan rápido?




Pasó hipócritamente su enero. Se suicidó su febrero el día después. Cayó su marzo. Y su abril empieza a desprenderse como plomo.



Perdió valor. Perdió coraje. Perdió sentido. Perdió ganas. Perdió minutos. Perdio la capacidad de largarse a llorar. Perdió la capacidad de largarse a reir. Perdió tiempo. Perdió el camino. Pierde.





A la hora de la cena se sienta correctamente en la silla correspondiente colocando la servilleta sobre su falda toma los cubiertos y procura no hacer ruido, no eructar, no mancharse, no respirar de más, no hablar con la boca llena y no demostrar ni por casualidad que está muriéndose por dentro.

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