febrero 24, 2005

De las otras también

Cuando se está tan tranquilo es para temer. Pero preferí no temer, e hice bien. Disfruté. Exploré. Escurrí. Hasta la última gota. La gente puede ser tan buena. Pero hay de las otras también. Y todo el mapa se puede caer al piso, y ¡guarda! con el que se atreva a levantarlo. Que tenga las manos limpias y los dedos firmes. Parece que con tantas precauciones el mapa quedará en el piso. Ya nada está tan tranquilo. Las maderas empiezan a crujir y el monstruo del sotáno aulla.
Si a veces soy tan iluso que me la creo. Y un día me voy a olvidar de decirte...
Nada está tranquilo. Pero me lo tomo tan a pecho, que siento que el corazón me va a explotar porque no hay lugar para dos alli. Me tomo todo tan personal que me pierdo en mi mismo. Asimilo todos los problemas y creo que el monstruo del sótano me está buscando. Ni me conoce.
Me río por no llorar. Me atraganto por no tragar. Y un día me voy a olvidar de...
Detesto mi comportamiento tan insoportable. Quiero volver a tener el mapa bien colgado, ajustado con ese alfiler de gancho doblado. Pero bien martillado. De tanto insistir en martillarlo volverá a caerse. Y mis manos... bueno... mis manos serán limpias, pero mis dedos débiles no podrían levantarlo. Al menos podría patearlo. Golpearme el pie contra la pared y al fin quejarme de algo con razón.
Si a veces me quejo de lo quejoso que soy. Y de lo otro también. Y un día me voy a...

febrero 16, 2005

Sueño para dos

Cruzo la esquina esperando verte arrodillada en la vereda. Quisiera poder abrazarte y que me empapes con tu cara húmeda de tristeza. Decirte las palabras que quisiera escuchar, esas palabras que atraviesan los tímpanos y se desnudan en la mente. Palabras que suenan a besos ardidos. Palabras que saben a deseo. Quisiera que mis palabras se convirtieran en un tobogán para tus ojos. Que tus lágrimas caigan en mis labios. Ver cerrar tus párpados... saber que soñás despierta. Acariciar con mi mano tu pelo, hundiendo mis dedos en esa suave sensación de abrazar una almohada. Jurar que te amo. Cerrar los ojos a tu lado y saber que estamos imaginando la misma escena. Un río de lamentos que desemboca en una cascada y rompe contra las rocas de la bronca. Ambos observando ese río. Cayendo por el. Abrazados en la vereda. Aunque ya no sintamos el frío de la ausencia. Con tu mano en mi pecho, señalando el hueco del que sale mi sufrimiento. Que ya no es sufrimiento, sino recuerdo de un dolor. Tu aroma se introduce en mi boca. Mis manos recorren tu espalda. Y ya no somos dos. Somos un bulto cubierto de piel, arrodillado en una esquina, desafiante de la soledad. Sin necesidad de ahogar gritos, porque ya no hay a quien gritar. Haces sonar los dedos contra mi pecho. Y sonreimos los dos. No sabemos porque. Pero tampoco es tiempo para preguntar. Nuestras sonrisas se miran, se eclipsan en un beso. Las piernas confundidas en las oscuridad del silencio. Tu voz en mi cabeza. Mi aliento en tu cuello. Y ya no sabemos si es verdad.
Al cruzar la esquina observo la misma calle vacía. La misma vereda seca en pleno invierno. Mis ojos son suficiente para la escena. La garganta anudada. Mi paso se acelera y camina tembloroso. La esperanza se me cae de la mano y se estalla contra el suelo. Mientras el río de los lamentos se agranda. La cascada desaparece y el río se vuelve eterno. Con su agua plateada y los peces muertos que nadan sin sentido. Y en el hueco de mi pecho no suenan ni tus dedos ni los mios. Otra vez será. Quizás en otra esquina. Allí estarás. Arrodillada en tu llanto, esperando que yo cruce la esquina y corra a abrazarte.