mayo 25, 2006

Uno del cinco

No me gusta sentarme a escribir en una plaza. Pero a veces no queda otra. Una plaza sola. Pasa poca gente. Sola. Se escucha el chirriante sonido de las hamacas. Solas.
Y una persona (yo) que está sola y mal acompañada. Sólo tiene su presencia. Único. Y con una mente que decidió no parar de pensar ni un segundo. Justo hoy. A esta hora.
Las respuestas están en el fondo del cajón de la mesa de luz y la llave no se a que hora me la dan. No se si hoy.
Pasa una mochilera por el medio de la plaza. No se si sabe a dónde va. O de dónde viene. Y no nos diferenciamos en mucho.
Ni bien me da el sol me pongo a estornudar. Ni bien me pongo a escribir sobre él, se va. Y así. Las cosas no paran de irse. El sol vuelve... el sí.
Un par de ojos sobre una piedra de mármol gris (me) miran. Parecen tristes. Parecen grises. No miran. No ven. Son piedra. Son una caricatura de unos ojos que alguna vez vieron de más. Y, no por elección propia, no en este caso, dejaron de ver. Nunca se cerraron. No descansan en paz.
Una bandera de colores quedó mal estirada. Está a punto de caer. No se si lo va a hacer. No se si se calló.
La hora parece siempre la misma. Y eso que las cosas pasan. Y se hacen notar. Son muy poco sutiles. Me doy cuenta.
Cada vez hace más frío y cada vez veo más gente. Todo aumenta. Aumentan las palabras, los pasos. Sube algo adentro mío. El viento sopla más. El sol sale más. Y vuelve a irse.
Es todo tan fráfil. Y la manía de generalizar se hace mayor aún. Las cuentas suben y se hacen como quieren. Equis igual a yo.
Mi mente no deja de maquinarse. Es un aparato nunca visto. Se alimenta de su propia energía para seguir trabajando. No para de producir. Es una fábrica ideal. No para mí. No hoy. No ahora.
Se escuchan risas. Son chicos que se divierten. Y brota la envidia y el ego se pasea en subibaja. La gente es tan distinta que me hace volver a generalizar. Dormiría en un bote. Esta noche quizás es ideal para hacerlo.
Veo la hoja y reconozco mis horribles trazos. Desprolijos, inentendibles. Inconstantes. Como el sol que vuelve a salir para avisar que va a irse para avisar que va a volver.
La lapicera está mordida. Reconozco la culpa (de eso). Puede ser la ansiedad. Las ganas de prenderme otro cigarrillo o las ganas en general. Estoy incómodo. El banco está algo roto y rezo por no haberme sentado en un chicle. Aunque no sería lo peor.
Casi nadie pasea solo. Van en parejas, en grupos, en manadas. Hasta los perros tienen compañía. Nadie (otra generalización) quiere estar solo. Nadie, tampoco, lo consigue.
Y juro que un hombre acaba de gritar la palabra: solo. No se a quién. No se porqué. Pero recién lo dijo. Quizás lo escuché yo solo. Mejor emprendo la vuelta. Aunque no sepa hacia dónde.